Momento de cambios en este blog. Y en mi surfing. Y en mis prioridades vitales. Dejadme explicar primero lo menos importante.
Momento de cambios en este blog. Y en mi surfing. Y en mis prioridades vitales. Dejadme explicar primero lo menos importante.
Las librerías están llenas de biografías de estrellas del rock. A poco grande que sea el establecimiento, tendrá una sección de “Música” en la que invariablemente encontrarás biografías, más o menos autorizadas, de Jimi Hendrix, Bob Marley, Janis Joplin, Kurt Cobain, The Beatles y The Rolling Stones. En algún caso encontrarás, además, biografías un poco menos espectaculares pero mucho más interesantes como las de Miles Davis, Lou Reed o Frank Zappa. Mucho más difícil resultará encontrar biografías de productores.
Se dice por ahí, por los mentideros del punk intelectual, que England’s Dreaming, de Jon Savage, es «la biografía definitiva del punk». Y no. No es necesario ser Sherlock para ver los problemas inherentes a esta afirmación. En primer lugar, hablar de punk intelectual», si no llega a oxímoron (Crass existió, mal que nos pese) le pasa rozando: pero aceptemos que pulpo es animal de compañía: al fin y al cabo, hasta al brasas de Tom Verlaine lo consideraron punk en su día.
Como ansío popularidad y que me lean miles, qué digo, millones, he escogido el tema que más puede acercar este blog a las masas. Sí, voy a hablar de filósofos. Concretamente de uno, y no (necesariamente) en su condición de filósofo, sino por su condición de hijo de la grandísima puta. Y no, no forma parte del Gobierno de la nación, así que si eres pepero o rata fascista, ya puedes dejar de leer. El insulto no va hacia quien crees.
No es ningún secreto mi amor por el cine. Junto con los libros y el rock and roll, ha sido uno de los tres pilares de mi cordura. Años atrás (tantos que paso de poner fechas) ejercí de crítico cinematográfico y de entrevistador y cronista en festivales del medio. Ahora leo esas críticas y me sonrojo, por lo poquísimo que sabía de asuntos técnicos como movimientos de cámara, iluminación, puesta en escena, vestuario y demás maravillas que conforman el Séptimo Arte.
La respuesta alcanzó a mi colega, llamémoslo Héctor, como una patada en la espinilla con calzado de protección industrial. Héctor tiene tres o cuatro años menos que yo. Es un orgulloso miembro de la Generación X. De boomer, nada. Es más: si alguien se ha pasado la vida criticando a la generación baby boomer es justamente él.
Sucede a veces que te dejas, te olvidas de ti mismo y te asilvestras. Sucede cuando pasas demasiados días en casa, escribiendo o traduciendo o (peor aún) alternando ambas actividades hasta que no sabes ya qué es encargo y qué, producto de tu imaginación. A veces, incluso, acabas un trabajo ignorando cuánto tiempo llevas sin salir del estudio. ¿Qué día es hoy? ¿Jueves? ¿Viernes? ¿A qué hueles?
Cuentos. Por alguna razón, en España nunca han gozado de la popularidad de la novela. Y eso que nuestro idioma ha proporcionado algunos de los mejores cuentistas de la historia. Y a pesar de que escribir cuentos es muy, muy difícil. Terriblemente difícil. Mucho más, si se quiere hacer bien, que una novela.
La semana pasada di la turra con las ocho canciones que marcaron mi adolescencia. Un día haré uno con las canciones de mi vida adulta. Hoy toca hablar de libros. Los libros son el elemento definitorio de mi vida: me gano la vida con ellos. Soy traductor y periodista, y últimamente he regresado a la ficción. Si existe algún formato cultural que ha ejercido influencia en mi vida han sido los libros, más que las películas, series o música.