¡TÚ, FILÓSOFO, CABRÓN! (Un libelo)

Como ansío popularidad y que me lean miles, qué digo, millones, he escogido el tema que más puede acercar este blog a las masas. Sí, voy a hablar de filósofos. Concretamente de uno, y no (necesariamente) en su condición de filósofo, sino por su condición de hijo de la grandísima puta. Y no, no forma parte del Gobierno de la nación, así que si eres pepero o rata fascista, ya puedes dejar de leer. El insulto no va hacia quien crees.

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La Náusea.

Si os digo Jean-Paul, me responderéis «Belmondo» o «Gaultier», a menos que seáis más dados a las piruetas existenciales que a las físicas o sartoriales, en cuyo caso responderéis «Sartre». Sí, vamos a hablar del cara de sapo de Sartre. Y sí, lo he calificado de hijo de puta. En realidad, bajo todo punto de vista (incluido el suyo propio, existencialista) me he quedado corto, muy corto, con este sifilítico social, con este excremento de la mosca de los cadáveres que fue Jean-Paul.

Vamos allá.

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Jean-Paul, un ojo en Simone de Beauvoir y el otro en tu mujer.

Dicen que la mejor manera de medir a una persona es a través del tamaño de sus enemigos. Si esto fuera cierto (y si él fuera una persona), Sartre sería un gigante sin necesidad de subirse sobre la chepa de nadie. Es cierto que, filosóficamente hablando, la verruga andante no carece de peso específico. Pero ojo, cuando digo filosóficamente, quiero decir epistemológicamente, ontológicamente, incluso metafísicamente. Éticamente, lo que se dice éticamente, este pedazo de vómito solidificado tiene tanta entidad como un pedo. Apesta y molesta, y ya.

Jean-Paul Sartre tuvo, durante toda su vida, pasión por tres cosas: él mismo, su ego y las mujeres, preferentemente las que salían con sus amigos. Arrojado al mundo en 1905, el yo que Sartre se construyó (estoy empleando su propia teoría para atacarlo: un movimiento elegante a la vez que sádico) fue el de un cobarde llorica incapaz de llevar a cabo su tan cacareada resistencia contra los nazis, posiblemente porque nunca acabó de construir bien su parte «por-los-demás», o quizás porque su identidad inconsciente o «en-sí» era miedosa. Sea como fuere, el grupo de supuestos resistentes que fundó, Socialisme et Liberté, no hizo nunca nada, absolutamente nada.

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Maurice, uno de los grandes ignorados por culpa del bizco cabrón.

La especialidad de Sartre fue siempre joder al prójimo, sobre todo si era bien prójimo. Esto, por ejemplo, es lo que hizo con su amigo y colaborador (y uno de los filósofos más importantes del siglo XX) Maurice Merleau-Ponty. M M, que tenía pinta de actor secundario o de boxeador de extrarradio, fue uno de sus compinches en Socialisme et Liberté y posteriormente desarrolló toda una maravillosa teoría fenomenológica de la que Sartre se apropió, maquilló y rebautizó como existencialismo. Luego, porque queda muy mal hacer estas cosas sin más, invitó a M M a formar parte de la redacción de Les Temps Modernes, su revista literaria.

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Podría ser la portada de un disco de jazz pero es una revista de filosofía. Así de importante era en los años 60 el tema. Nos vamos a la mierda.

Era la época en que, para que os hagáis una idea, los filósofos eran los auténticos influencers, y Les Temps Modernes era como el Sálvame, o como el canal del Rubius. Y así de popular fue M M hasta que la defensa de Sartre del totalitarismo soviético le obligó a alzar la voz. Y a nuestro forúnculo con zapatos no le gustaba que le levantaran la voz. Así que M M y Sartre partieron peras. Aunque no antes de una corta pero intensa campaña de difamación. Ya va uno.

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Solo hay un Dios, y es Kafka, y Camus es su profeta.

Albert Camus no solo fue un Nobel de literatura totalmente merecido; podría haberlo ganado dos o tres veces, o haberse llevado algunos de los mejores galardones en Filosofía por obras como El mito de Sísifo o El hombre rebelde. Además fue un tipo decente: durante la guerra militó en la Resistencia como director de Avant! y Combat, los dos diarios clandestinos más importantes. Si los nazis le hubieran puesto la mano encima, le hubiera esperado la horca. Y si M M tenía pinta de actor secundario, Camus tenía pintaza de estrella de Hollywood, un Humphrey Bogart intelectual.

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La filosofía también es, a veces, comparar a este galán con el truño arrugado de Sartre. ¿A quién te follarías? Pues eso.

Pues bien, nuestra llaga purulenta favorita no se iba a quedar cruzado de brazos mientras una estrella relumbraba tan poderosamente a su lado: cuando, con la excusa del proceso descolonizador de Argelia, Camus adoptara una actitud humanista y en desacuerdo con la línea oficial prosoviética de Les Temps…, Sartre lo traicionó y lo puso a los pies de los caballos. Cosa que, francamente, a Camus tampoco le importó tanto: por aquella época, lo hemos dicho, ya era una estrella, y libros como Cartas al amigo alemán, El extranjero o La peste lo habían convertido en un semidiós. Sus artículos para Solidaridad Obrera (el Camus adulto se encuadró en un anarquismo heterodoxo) se siguieron leyendo con pasión, dijera lo que dijera el aliento de cebolla de Sartre. Pero ya iban dos.

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Boris pidiendo calma a un público enfervorecido. O cantando.

Si Camus era anarquista, Boris Vian era la anarquía personificada. Poeta, novelista, trompetista de jazz y boxeador, actor rematadamente guapo… todos los adjetivos se quedan cortos para describirle. Boris brillaba. Y cómo. Tanto, que morros de mosca le pidió que lo introdujera en los ambientes de las cavas de jazz de Montmartre, temeroso de estarse «perdiendo algo». Pues bien, el cacho de caca de Sartre nunca pudo con el jazz. Su parte burguesa, esa que lo hacía adherirse a la doctrina del Partido Comunista como una mosca a una herida, nunca pudo relajar el ano lo suficiente como para disfrutar del jazz. Y eso que lo que escuchó fue probablemente de lo mejor: era la época en que Miles Davis residía y tocaba en París, y acababa las noches en un sonado mano a mano trompetístico y alcohólico con Vian. La cuestión es que Sartre publicó un artículo que se hizo famoso, pero no por lo que él deseaba, sino porque exponía su absoluta ignorancia, cerrazón mental, provincianismo y naturaleza pequeñoburguesa a todo aquel que lo leyera. Y eso no.

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Compinches de trompeta y farras: Vian y Miles Davis

Así que Sartre atacó donde más pudiera dolerle a Vian: poniendo las miras en Michelle, su pareja sentimental, y convenciéndola de abandonar a Vian, solo para abandonarla él a ella poco después. Matrimonio roto, venganza compuesta.
Vian articuló su respuesta en la novela más hermosa (y triste) que escribió jamás, La espuma de los días, en la que un falso filósofo llamado Jean-Saul Partre queda retratado como un farsante. Ya iban tres.

Lo que me jode de todo esto es lo siguiente: Ni Merleau-Ponty, ni Camus, ni Vian vivieron vidas largas. Las tres víctimas del culo-de-murciélago Sartre murieron jóvenes, antes de poder dar al mundo lo más granado de sus posibilidades. Mientras que él, Sartre, esa criatura infecta y hedionda, vivió hasta los 75 años de edad.

Tampoco fueron, estos tres, las únicas víctimas de Sartre: que hoy en día la gran Simone de Beauvoir sea más conocida como novelista que como filósofa se debe, en gran parte, a la alargada sombra del Gusano Mayor, que todo lo tapaba.

Espero, al menos, que ver cómo Vian y Camus se convertían en leyendas le doliera un poco en su «en-sí». Pero lo dudo. Lo dudo mucho.

Publicado por

taodelsurfing

Traductor. Escritor. Surfista cuando puedo. Loco por el cine, la ciencia ficción, las ballenas, las tablas setenteras, el Rock'n'Roll y el curry (no por ese orden).

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