Bede Durbidge, navegando entre mierda. Foto: Zak Noyle (Surfer Mag)
En fechas como estas es habitual escuchar el mantra de que si la Navidad ha perdido su espíritu original, que si se ha convertido en puro consumismo, blablabla. Sí, ha perdido su sentido original, que era celebrar el solsticio de invierno, un fenómeno astronómico de carácter sagrado en la antigüedad, símbolo de renacimiento (tras la metafórica muerte del Sol en el solsticio de verano) con la familia y allegados.
Los más religiosos ignorarán deliberadamente esto y hablarán del ejemplo de Jesús, y de cómo nos hemos alejado de él. Probablemente no tendrán empacho en decirlo y luego votar partidos de derechas. Tampoco se los ve mucho por echar a los mercaderes de los templos (aunque ahora vayan con sotana) ni por invitar a su mesa a prostitutas, drogadictos y refugiados.
Pero yo quiero hablar de otra cosa: del consumo. No del navideño, sino del consumo habitual, el cotidiano. Como los religiosos, los surfistas nos llenamos la boca muchas veces con frases como “respeto ecológico” y “consumo responsable” y luego compramos esa tabla extra que no necesitamos (para olas que nunca surfearemos), esa ropita surfera tan mona o esa Go-Pro que nos hará quedar como héroes.
0 – El consumo como acto político
El consumo no solo no es, en sí, algo malo: es inevitable. Se puede decir que la diferencia entre la materia viva y la inerte es el consumo. Lo que sí es evitable es el consumismo, es decir: la tendencia sacralizada por el capitalismo a consumir más de lo que necesitamos, de modo compulsivo, con tremendos perjuicios para la economía doméstica (aumento de la deuda) para el planeta (incremento bestial de polución) y para el alma (llenar el vacío existencial provocado por el propio sistema con cosas materiales).
No voy a extenderme mucho en este punto: gente como Naomi Klein o Slavoj Zizek lo han explicado mejor que yo. Solo quiero proponer soluciones, y voy a apuntar algunas en algunas áreas. Y si alguien quiere añadir más, la sección de comentarios está abierta.
1- Surf responsable
No hace demasiado se me quedó cara de gilipollas cuando vi cómo una multinacional surfera (propiedad de Nike, para más detalles) abría una macrotienda de surf en la Barceloneta. Me quedé picueto por muchas razones: para empezar, por el emplazamiento. Que si tuviéramos olas con la frecuencia y calidad del Cantábrico no me extrañaría. Pero aquí. En Barcelona. Vale. También se me quedó cara de gilipollas porque abrió su tienda (básicamente, un almacén de tablas prefabricadas y ropa guay) justo al lado de dos históricas tiendas de surf barcelonesas, mucho más humildes pero mucho más auténticas. A eso se le llama entrar como un elefante en una cacharrería. Pero además de la evidente falta de delicadeza (y de importarles una puta mierda el ecosistema surfero del lugar, ya castigado por las ordenanzas municipales) ¿por qué me parece una mala idea comprar a las multinacionales de surf? ¿Acaso no llevo un neopreno de marca?
Me parece mala idea por las siguientes razones:
> La mayor parte de tablas prefabricadas están hechas en China, con máquinas y mano de obra barata (explotada, vamos), y están pensadas para responder bien ante la mayoría de panoramas de olas… de océanos. Son, por así decirlo, como un traje del Corte Inglés. Puede que te quede bien, pero no es lo que necesitas. Además, quitan el trabajo a los verdaderos shapers. Gente que respira surf y pasión por lo suyo, gente que tiene que pagar impuestos muy superiores a las multinacionales, gente que te conoce y sabe qué olas surfeas, cómo las surfeas y qué necesitas. Gente con la que surfeas.
> La ropa de las multinacionales del surf no es de mala calidad. Pero su precio está infladísimo. Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría se produce en países como la India, Bangladesh, Tailandia o China, con sueldos miserables, sin protección sindical, en condiciones insalubres, por gente que debería ahorrar meses para comprar uno solo de los productos que fabrica diariamente. En otras palabras: explotación.
¿A qué os animo?
A que compréis lo que necesitáis, y no por capricho. A que miréis dónde está fabricada cada pieza. A que pidáis vuestra tabla a un shaper, que os hará algo único e ideal para vosotros. A que no compréis más tablas de las que usaréis. A alargar tanto como sea posible el uso de vuestro material. Y ya sabéis, si pasáis por alguna tienda de multinacional, la parafina no se compra, se expropia.
2- La ropa
Lo que he puesto de la ropa surfera, un par de párrafos atrás, se aplica también a toda la industria textil. En realidad, el sector textil es uno de los más contaminantes del planeta, y lo es a lo largo de todo su ciclo vital: los procesos químicos y físicos de su fabricación, la huella de carbono brutal de traer las piezas fabricadas en Asia a Europa, su destino final en vertederos situados, casi todos, en África. Es escandaloso.
Es peor aún de lo que parece cuando se añade el factor moda. Cuando las cosas de repente, por algún capricho del destino (la “mano invisible” de Adam Smith) dejan de estar de moda y por lo tanto hay que tirarlas, pese a tener por delante vida útil, y sustituirlas por otras nuevas. Porque eso multiplica varias veces (un mínimo de cuatro, una por estación) los procesos arriba mencionados: explotación laboral y contaminación.
Vertedero industrial de ropa en Kenia.
Pero si algo ha resultado especialmente perverso ha sido la llegada de la moda low cost. Además de enriquecer a algún gallego muy listo, nos empobrece a todos los demás. Porque con la moda low cost, la duración de las prendas es mínima; su sustitución por prendas nuevas es casi semanal; porque para poder vender a esos precios se emplea mano de obra incluso infantil.
¿Qué propongo?
Salir del ciclo vicioso de la moda low cost es difícil, pero no imposible. Se trata de gastar más dinero de entrada comprando ropa de calidad, a ser posible fabricada en proximidad (por la huella de CO2) y por personas con condiciones laborales dignas. Abandonar la idea de las modas y buscar lo resistente, lo que te vaya a durar más tiempo. Al final ahorrarás dinero (todas esas prendas malas que no comprarás, porque tienes una buena y duradera) y no contaminarás tanto. En definitiva: huirás de esa carrera de ratas. Se puede.
3- La informática
Somos muy poco conscientes (no queremos ser conscientes) de lo que hay detrás de nuestra pantalla. Porque, evidentemente, no es bonito. Para fabricar los móviles y tablets que utilizamos se emplea coltán, un mineral que solo se halla en el Congo, y que es la principal razón por la que Occidente no para de financiar guerras civiles en ese país a fin de mantener bajo su precio.
Pero no es lo único. Todos recordamos el día que se destaparon las condiciones laborales que ofrecía Apple a sus trabajadores en Taiwan: la elevadísima tasa de suicidios, los penosos sueldos. No creáis que otras empresas son mejores al respecto. Es capitalismo salvaje, puro y duro.
En el caso de la informática, el círculo vicioso del que hablábamos en la ropa low cost tiene un nombre propio: obsolescencia programada. De varias maneras. Analicemos una de ellas.
Bloatware de Windows: omnipresente, preinstalado y totalmente inútil.
Windows es el gigante, a escala mundial, en términos de sistema operativo. Casi todo el mundo usa Windows, en gran parte porque casi todo el mundo usa Windows (ya veis la calidad del razonamiento). Windows, como sistema operativo, no es malo. El problema es que su práctica empresarial es perversa. Windows se llena, a cada versión, de más y más software inútil que ralentiza el funcionamiento correcto del aparato. Dicho de otro modo: cada nuevo Windows que sale al mercado hace básicamente lo mismo que el anterior, pero gastando más recursos. Esto obliga a comprar ordenadores cada vez más potentes y tirar a la basura ordenadores que siguen funcionando perfectamente… pero a los que Windows ya no ofrece soporte.
Por si alguien se lo preguntaba: sí, la basura informática es un problema de primera magnitud. Y sí, efectivamente, va al mismo vertedero que la ropa: África.
Las opciones son claras: un Mac, fabricado por Apple, es un pedazo de instrumento, pensado para durar. Hay Macs con décadas a sus espaldas que funcionan perfectamente. El problema es el precio (y, como hemos dicho, Apple y sus prácticas laborales). No todo el mundo puede costearse un Mac, y, si solo lo vas a usar para navegar por Internet y emplear procesadores de texto y similares, no vale la pena la inversión. Los Mac son ideales para diseño gráfico, arte…
Pero existe GNU/Linux.
Y ya no es el Linux de hace años, cuando era necesario ser informático para usarlo.
Linux, permitidme ser claro, es lo que los demás sistemas operativos deberían ser. Aprovecha al máximo las capacidades de cada ordenador. Tiene varias distribuciones entre las que elegir, en función de qué quieras hacer y con qué máquina. Con Linux puedes prolongar la vida de tu ordenador mucho, mucho tiempo. Y de paso, comprobar que funciona mejor que cuando venía con el Windows original.
¿Lo he dicho antes? Linux es gratuito. Y hay una comunidad bestial de personas mejorándolo cada día. Esto es literal: hay mejoras y actualizaciones diarias. Ah, y olvídate de virus. La arquitectura de Linux hace que sea casi imposible crear virus para él.
Esto lo estoy escribiendo desde un viejo portátil Packard Bell Easy Note de 2006 que originalmente corría con Windows XP. Funciona de maravilla bajo Ubuntu 16.04, la última versión estable de Ubuntu, que es la distribución más sencilla e intuitiva de GNU/Linux.
4-Conclusión
Yo solo te señalo la salida. Siembro mis semillas, como decía el gran Bill Hicks. Solo quiero explicar que hay salidas al consumismo, y que las hay en el propio consumo. Lo que haga cada uno, luego, va con su manera de ver el mundo y su conciencia.
Primera adición para el decálogo del surf: SURFEA RESPONSABLE.
Un comentario en «Esa ropa surfera tan mona (que acabará en el vertedero)»