Llevo más de una década aprendiendo a surfear. Mi progreso ha sido lento: los primeros dos o tres años la curva de aprendizaje fue rápida, y a partir de ahí he progresado de un modo mucho más difícil. En primer lugar, comencé muy tarde, como era habitual en el Mediterráneo, y no precisamente desde un background deportivo: lo que me llevó al surf fue el skateboard, en el que tampoco destaqué; aparte de esto, actividades como correr, nadar, hacer estiramientos o calentar eran algo ajeno para mí.
Tuve la suerte de enamorarme de las artes marciales en mi época universitaria; karate primero, aikido luego. Y aunque las había dejado atrás para cuando el surf me enganchó, sigo apreciando los beneficios que me otorgaron: coordinación, sentido de la propiocepción y equilibrio. Pese a esto, seguramente habría tenido un mejor desarrollo como surfista de haber empezado antes, o de no haber dejado el deporte en algún punto de mi vida.
Ilustración de Amanda León
Esta lenta curva de aprendizaje, que yo creía que sería permanente, cambió de golpe en cuanto comencé a practicar yoga. No se trata tan solo del aspecto físico: sí, es cierto, el yoga me aporta más flexibilidad, mejor sentido del equilibrio, una fuerza interna que desconocía (al potenciar los músculos del núcleo abdominal y dorsal) y compensa los abusos a las lumbares que cometemos tras una sesión entera remando. Pero, sobre todo, aporta focalización mental, un “estar aquí y ahora” que hace que cada sesión de surf rinda más y mejor en cada ola.
Surfear equivale a vivir en el “ahora” absoluto. Cuando cabalgas una ola dejas atrás todo, lo importante y lo irrelevante: la pureza del momento te envuelve.
Bill Hamilton
Bill Hamilton, en 1966. Foto: Art Brewer
Se cree que el primer surfista que popularizó la asociación entre surf y yoga fue Gerry López, que según muchos ha sido lo más grande que ha habido sobre una tabla. Es posible que fuera él, y, si no, cualquiera de aquella época de oro, entre finales de los 60 y mediados de los 70. En medio de la contracultura hippy y californiana era habitual mirar hacia Oriente en busca de experiencias nuevas.
Gerry Lopez, 2013 Foto: Ben Moon
El yoga está pasando por un proceso de prostitución de su esencia que discurre en paralelo al del surf. Conviene echar un vistazo al documental Yoga, Inc. para darse cuenta de que las sucias manos del capitalismo han acabado por pringar esta disciplina hasta dar como resultado aberraciones como personas que patentan asanas milenarias, vertientes practicadas a 40 grados de temperatura o, por increíble que resulte, competiciones de yoga. En cierto modo, el proceso de apropiación cultural y banalización ha sido exactamente el mismo.
Timothy Leary, símbolo de la contracultura. Foto: Joseph Sohm
Pero más allá de todo esto está la íntima certeza de que el surf y el yoga encajan a la perfección. Y se ha hablado mucho de los beneficios del yoga para los surfistas, pero creo que sería interesante estudiar los beneficios del surfing para los yoguis. Porque muchas de las enseñanzas del yoga se hacen tremendamente evidentes en una ola, como dijera el yogui, surfista, gurú del ácido lisérgico, amiguete de Mike Hynson y padre de la contracultura sesentera, Timothy Leary:
Cabalgar la ola es el epítome de “estar aquí ahora”, y entubarse es la forma más elevada de ello. Que es: tu futuro queda justo delante de ti, el pasado está explotando a tu espalda, tu estela desaparece, tus pisadas en la arena se borran. Es una acción que no produce ni consume, que se realiza tan solo por el valor de la propia danza. Y ese es el destino del hombre.
Un servidor en la Costa Brava, hace unos años. Foto: Begoña Prat
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