Con motivo de la retrospectiva que la Filmoteca de Catalunya dedicó a Ken Loach pude ver su última película: Yo, Daniel Blake. Este es un post que no va a ir de surf, por si no te habías dado cuenta. Pero va a ir de cosas más importantes, creo, y que posiblemente acabarán importándote más.
Loach, un cineasta honrado, nada menos.
Por si no lo conoces, Ken Loach es un cineasta británico excepcional, uno de esos tipos con un mensaje muy claro y con el talento necesario para lanzarlo. El suyo es un cine social pero que engancha, con guiones excelentes y un trabajo de interpretación casi siempre soberbio, y la maestría de Loach es lograr que todo funcione siempre como un reloj, sin estridencias. En resumen: contarte una historia y contártela bien. Entre sus mejores filmes puedes encontrar joyas como Riff-Raff, My name is Joe o Tierra y Libertad, centrada en las milicias populares durante la guerra civil española.
Fotograma de Tierra y Libertad (1995)
Las historias de Loach son importantes, porque no van de héroes y conquistas, de épica o romanticismo: van de gente corriente, gente como tú y yo. De gente con problemas. Y, sobre todo, de cómo la gente corriente, tú y yo, somos marionetas sin voz ni voto en un sistema podrido y decididamente fascistoide. No os lo había dicho, pero Ken es trotskista. (Un día alguien tendrá que estudiar por qué el trotskismo prendió con tal intensidad en Gran Bretaña, y dio a gente de tan alto calibre como George Orwell, Tony Cliff, Donny Gluckstein o el mismo Loach).
Dave Johns y Hayley Squires en Yo, Daniel Blake (2016)
Yo, Daniel Blake (que, por cierto, ganó la Palma de Oro de Cannes) es una obra distinta dentro de la filmografía de Loach. Por primera vez se hace cargo de los nuevos conflictos surgidos en el siglo XXI, como el uso de la burocracia, por parte del sistema, para oprimir y apartar del poder a grandes partes de la población; como la precariedad laboral como arma de las élites, o como la proliferación de empleos-basura y su impacto en la sindicalización de la clase trabajadora.
Del primero de estos temas trata La utopía de las normas, un libro que traduje hace un par de años del antropólogo anarquista David Graeber, que ya adelantaba (y de un modo muy ameno, además) las desventuras de las clases menos favorecidas en sistemas cada vez menos humanos y más burocráticos. De los otros dos temas trata el magnífico Chavs: la demonización de la clase obrera, de Owen Jones (otro destacado socialista próximo a las tesis trotskistas). Desde aquí os animo a leer ambos libros: no solo son inteligentes, amenos y provocadores, sino que os darán bagaje y armamento en estos tiempos que vienen.
Pero sigamos con Yo, Daniel Blake. Es una película tensa, dura, en ocasiones amarga como la hiel, pero mentiría si dijera que eso es todo. Porque a lo largo de toda la película se comprueba cómo las personas somos capaces de articular redes informales de solidaridad y simpatía, una resistencia (cada vez, parece, más mermada, pero que nunca acaba de desaparecer) contra un sistema progresivamente deshumanizado y perverso. Y esas redes de solidaridad, por informales y pasajeras que puedan ser, deben ser el punto de partida de un intenso trabajo por recuperar una sociedad más decente y humana en una Europa, en un mundo, que cada día parece más empeñado en avergonzarnos de pertenecer a él.
En resumen: mírate la película. Y si no has visto nada de Loach, mírate todo lo que puedas. Porque son historias que te harán más humano y empático; porque te aportarán conciencia social y de clase; y además porque son películas buenísimas. Todas ellas.