En medio de la que está cayendo, con este país asomándose peligrosamente al abismo del fascismo, puede parecer una incongruencia seguir escribiendo sobre surfing. Posiblemente lo sea, o escapismo, no sé. Pero es viernes y esta semana ha sido un no parar, y no tengo el chichi para farolillos, y como no he podido (ni querido, la verdad) escribir nada, pues recupero un artículo de hace un tiempo que escribí para SurfCatalunya.cat y nunca se llegó a publicar. Pues aquí va.
Foto: Surfer Today
El tema de las olas artificiales ha polarizado a la comunidad surfista (si es que se puede decir que existe tal cosa) en detractores y partidarios, que, grosso modo, coinciden con los partidarios de un surf alejado de lo comercial y con los partidarios del mismo. Eso, a mi modesto entender, es un error.
El surf en olas artificiales no debería ser diferente de cualquier otro derivado del surf. Porque mientras que en el mar, los surfistas sufrimos constantemente las diferencias de nuestra elección de equipamiento (a igual nivel, una short pillará más olas que un boogie, un long pillará más que una short; un SUP, más que un long, etc.) en la piscina artificial, muy probablemente, esto no sea un problema, debido al estricto sistema de turnos que establecerá. Porque ojo, cuando todos pagamos lo mismo por hacernos unas olas, se acaban las saltadas.
Pero, sobre todo, no es lo mismo.
La ola artificial es al surf lo que el fútbol sala al fútbol, o el ping pong al tenis. Otro deporte. Otra actividad. Y, además, uno colateralmente beneficioso para el surfista de mar: cuanta más gente surfee las olas de agua dulce, menos se saturarán los picos de agua salada. Así pues, ¿cuál es el problema? Es que es artificial. Artificial en contraposición al mar, claro.
Hablemos de cosas artificiales.
Foto: Surfline
1. Artificial vs. «artificial»
Como apuntaba un gran amigo cuando intenté atraerlo al surfing, si la naturaleza hubiera querido que nosotros, monitos ligeramente evolucionados, nos deslizáramos por el agua, nos habría dado branquias, aletas, una piel más gruesa y rugosa (o escamas) y órganos de flotación neutra. Por decirlo de otra manera: surfear, natural, lo que se dice natural, no es, al menos para los simios, grupo en el que se encuadra el homo sapiens.
Muchos de quienes critican la ola artificial no tienen problema alguno en aprovechar otras tecnologías como el motor de combustión interna, los derivados del petróleo, las resinas sintéticas o los motores eléctricos a la hora de conducir, hacerse con una tabla o encargarla al shaper que la ha de lijar y laminar.
Pero hay una cosa que sí es natural: la tecnología. Lo que distingue a nuestra especie de las otras es, justamente, eso: la capacidad tecnológica. La que comienza con un ancestro aporreando a otro con un palo y acaba (de momento) en el descubrimiento del Bosón de Higgs en el acelerador de partículas del CERN. Desde esta perspectiva, la ola artificial resulta algo bastante más natural.
Foto: The Surf Channel
Sin embargo, no he oído a casi nadie quejarse de un invento mucho más pernicioso: el móvil. ¿Cuántas veces habéis visto a alguien mirando el mar para acto seguido teclear en su grupo de Whatsapp lo bien que está? ¿Cuántas veces una sesión casi solitaria ha pasado a ser un festival de saltadas y malas caras?
La tecnología, estoy oyendo a los más conciliadores, no es buena ni mala: es el uso que se le dé.
Sí y no.
En el caso del móvil, tienes claros los contras. El arriba mencionado, el descontrol con que la gente «canta» spots buenos por las redes con su consiguiente masificación, la cultura de la foto guay en Instagram o FB. Pero también tiene cosas buenas, como, por ejemplo, la comodidad de las webcams contra la vieja tradición de «ir a mirar spots» (con el menor gasto de combustible y la menor contaminación consiguientes) o poder llamar al 112 desde una playa dejada de la mano de Dios cuando ha pasado un accidente, y darles las coordenadas exactas para que te ayuden.
Foto: Youtube
2. Oficinistas, ¡al agua!
Pero hay una tecnología que me parece intrínsecamente perversa. Estas cosas llegan y se extienden como la peste bubónica, sobre todo en un ambiente neoliberal y corporativo del surf actual. Se llama «tracker», rastreador. Lo veréis en forma de reloj en las muñecas de muchos y muchas: un relojito que te dice cuántos kilómetros has remado, cuántas olas has cogido, cuántos cutbacks has hecho. Hasta es capaz de reproducir todo eso en una imagen tomada de Google Maps. Es perverso porque reduce el surf a una cuantificación. Y eso es reducir mucho, pero mucho, el surf.
Cuantificar es, las más de las veces, una mala cosa. Ocurre que un colega te presta un invento un día que pierdes o rompes el tuyo: ese día sientes que tienes una obligación con él. La manera de restablecer el equilibrio puede ser variada: desde hacer juntos una cerveza (y las posibilidades que eso ofrece de hacer un nuevo amigo) hasta cantarle un buen spot que sólo tú conoces, pasando por todo lo que tu imaginación conciba.
Foto: Garmin
Pero si cogemos esa obligación y la cuantificamos, tenemos una deuda. La imaginación y las posibilidades lúdicas que ofrece se van al garete: le debes exactamente un invento, o 30 euros, o el equivalente al alquiler del mismo durante el tiempo de la sesión. Has cuantificado. Has reducido algo que podía ser genial (las múltiples posibilidades que ofrecía una interacción social) a números. Con el surf ocurre (ocurrirá) lo mismo. Se llenará de señores y señoras con mentalidad de oficina: he de remar X kilómetros, tengo que pillar X olas, no me iré hasta no hacer X cutbacks. Al garete todas las posibilidades lúdicas que te ofrecía el mar. ESO sí que es perverso.
3. Todos semos prós
Se trata de un ejemplo más de la pseudo-profesionalización del surfing actual: legiones de imitadores de Slater y Fanning que creen que con su misma tablita, un neopreno de 500 euros y el tracker en cuestión podrán hacerse los mismos aéreos que los pros. Ese fenómeno comenzó, y no es casualidad, con el auge de las thruster, una configuración de quillas cojonuda si vas a surfear vertical, como se hace en el surf deportivo, pero un lastre para todo lo demás. Un lastre, sí: estoy harto de ver gente surfeando mal en thrusters: take-off correcto, bottom turn mal ejecutado, toda la ola recorrida en la parte baja, sin velocidad, confiando sólo en un bombeo de pies de monito frenético. Lo sé porque yo fui uno de ellos, durante bastante tiempo, y ahora lo veo por todas partes. Un día escribiré más sobre esto. Por cada surfista que emplea correctamente una thruster, veo 9 o 10 que la sufren.
Foto: Xensr
Pero no pasa nada, porque ahora además podrán hacerlo con su maravilloso reloj cuentakilómetros en la muñeca. Y sus fotitos de Google Maps. Seamos serios: los pros son pros hasta con una puerta vieja por tabla: ellos sí sacan el máximo partido a todas esas tecnologías. Tú, estadísticas en la mano, lo más seguro es que no. Yo, desde luego, ni hablar, que soy un patata me pongas lo que me pongas bajo los pies.
Así que, resumiendo: no, no estoy en contra de las piscinas de olas (habrá que buscarles un buen nombre), ni del todo en contra de la revolución de los móviles en esta actividad. Pero eso es una cosa, y lo otro, lo del relojito de marras, es llevar las cosas un paso demasiado lejos. Es apostar por el gris dentro de una gama cromática casi infinita. Es aburrido.
2 comentarios en «Olas artificiales y pros por todas partes»