Bob Simmons en Malibú, años 1940
Uno de los diálogos más habituales (y aberrantes) que conozco se suele dar cuando afirmo:
-El surf no es un deporte.
En ese caso, casi por reflejo, sé que mi interlocutor responderá:
– ¿Y qué es? ¿Un estilo de vida?
Y no. A ver cómo puedo explicarlo.
Es difícil no caer en el tópico, sobre todo en una sociedad masiva y masivamente desinformada como la nuestra, que se mueve por resúmenes, tópicos y ya-me-veré-la-película-cuando-salga. Es muy difícil no caer en el tópico cuando el tópico se repite machaconamente desde los medios de comunicación, con imágenes de surfistas veinteañeros de pelo largo y rubio, barba de dos semanas y tanta actitud como un pepinillo en un vaso de agua salada.
El surf no es un deporte, aunque puede serlo. En realidad, todo puede ser un deporte: hasta la cría de ostras en profundidad. Desde el momento en que alguien dice “yo puedo hacerlo más rápido” y otro se pica, hay un deporte. El surf no es intrínsecamente un deporte, porque no se trata de marcar goles, de superar a un rival, de meter nada por un aro ni de bajar una ola más rápido que los demás. En realidad, los criterios por los que los jueces determinan quién gana una manga, en surf, son tan arbitrarios como podrían serlo, digamos, en un concurso de calçots:
– ¡Hombre, la número dos tiene una salsa más picante, eso le quita puntos!
– ¿Se los quita? ¡Para mí se los suma!
Dicho esto, el surf no es un estilo de vida, excepto para cuatro flipados que se han creído la publicidad intensiva con la que las multinacionales y la publicidad los bombardean.
La foto más famosa del surf: Greg Noll cuando esto SÍ era un estilo de vida
El surf es algo mucho más serio y a la vez mucho más tonto que todo eso. El surf es un juego. Mejor dicho, es jugar. Porque un juego tiene reglas, mientras que jugar no las tiene. Surfear lo puedes hacer a pelo, con tabla, con una colchoneta o con una orca inflable (nota mental: pillarme una para el verano que viene). Surfear lo puedes hacer de pie, acostado, sentado, enseñando el ojete como Miki Dora o bebiéndote una buena birra.
Surfear, cuando se lo entiende como una manera de jugar, es un acto inútil, lúdico, expansivo, libre, fantástico, inocente, creativo y sensual. Es algo con muchas formas, tantas como gente lo practica. Surfear es todo lo que se nos ocurra, y más. Es por eso que me repatea el culo que se quiera reducir algo tan amplio y complejo a una sola opción, el surf deportivo.
Miki haciendo de las suyas en un olón de los suyos
No negaré que a mí el surf deportivo me la trae floja. En serio. No sabría decir quién ha ganado ni uno solo de los últimos 5 o 6 campeonatos del mundo, ni me interesa. No me interesan más los aéreos que los laybacks o que los hang ten: solo son cosas que están ahí y se pueden hacer, o no. Y ya está. Lo que ocurre es que reducir el surf, como lo hace la industria mainstream, al surf deportivo es como reducir el mundo entero del automovilismo a la Fórmula 1. Es como reducir el sexo al porno. Es como reducir la gastronomía al McDonald’s.
Me voy del tema. Surfear es mucho, muchísimo más que un mero deporte, y desde luego, dejó de ser un “estilo de vida”, sea lo que sea eso, hace por lo menos 50 años.
En mi caso particular, surfear es una búsqueda, todavía no sé muy bien de qué, aunque sospecho que tiene que ver con la inocencia, con la pureza, con el arte y con la belleza. En otros casos, será otra cosa. Cuando me pongo romántico (y no me ocurre muy a menudo) recuerdo que pasé un verano aferrado a un corchopán en Florianópolis, Brasil. Yo tendría 6 o 7 años. Y me abrazaba al corcho y surfeaba durante horas. Igual es regresar a eso lo que busco, no sé.
Puesta de sol sobre olas vascas. Foto: Joana Camarillas