Tres barcos

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Hay en la historia de mi familia tres barcos importantes. Hoy en día, si alguna vez los occidentales se embarcan, es para hacer un crucero (generalmente una vez jubilados, con otros especímenes similares) o para llegarse a Ibiza, con planes de diversión y aventura.

No hay nada de eso en los tres barcos de la historia de mi familia. Por si no ha quedado claro a estas alturas, somos emigrantes. Y venimos más bien de abajo, es decir, emigrantes de verdad, de los que se mueven por hambre, por un futuro mejor. No hay cruceros y discotecas en nuestro horizonte marítimo. Hay esperanza.

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PRIMER BARCO: PRINCIPESSA MAFALDA

Tonelaje: 9.210

Eslora: 141 m.

Manga: 17 m.

Máx. Velocidad: 18 nudos

Capacidad: 180 (1ª clase), 150 (2ª clase), 1200 (3ª clase)

El Principessa Mafalda cubría la ruta Mediterráneo-Buenos Aires durante los años 10 y 20 del siglo pasado. Es decir: sobre todo, transportaba emigrantes del sur de Italia a un futuro prometedor en las Américas. Mis bisabuelos emigraron a Argentina y una vez establecidos, con trabajo y un techo, hicieron embarcar a mi abuelo, que entonces tenía nueve años. Corría el año 1913.

En aquella época, algo que hoy en día sería impensable era habitual. La historia de Marco, el protagonista de aquel cuento incrustado en Corazón, de Edmundo DeAmicis, no era una ficción de largo alcance, como nos parecería hoy: era lo normal en una época de hambre y crisis.

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Mi abuelo embarcó en el Principessa Mafalda y estuvo a bordo los preceptivos 14 días que duraba el viaje, con escalas en Barcelona, Dakar, Rio de Janeiro, Santos y Montevideo. En la memoria colectiva familiar, los 14 días se convierten en 40, bien por las connotaciones bíblicas del número, bien para justificar un tanto la travesura de mi abuelo, que desembarcó en Río para estirar las piernas infantiles y estuvo deambulando solo por la ciudad hasta que se aburrió y decidió regresar al barco. Por entonces, media tripulación estaba desesperada buscándolo y un paisano de la familia, al que habían encomendado vigilar al niño, al borde del infarto.

El Principessa Mafalda se hundió años más tarde, en 1927, realizando el mismo trayecto. Hubo más de 300 víctimas. Se cuenta que un primo distante de la familia (hay que entender el término familia como se hace en el Sur de Italia, como un clan lleno de ramificaciones y un núcleo más o menos definido) se hallaba a bordo y estuvo toda una noche flotando esperando a ser rescatado, lo que lo invistió con un halo de héroe. Esto también podría formar parte del mito familiar, por cuanto el Principessa Mafalda se hundió a plena luz del día, aunque es cierto que no se completó el rescate de pasajeros hasta la mañana del día siguiente.

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El capitán del barco, Simone Guli, se fue a pique con el barco, y el ingeniero de a bordo, Silvio Scarabicchi, se suicidó de un disparo (el hundimiento sucedió por un mal funcionamiento de una de las dos hélices del navío, que se salió de su eje y reventó los compartimentos estancos).

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SEGUNDO BARCO: M/S SKOGALAND

Tonelaje: 12.000

Eslora: 117,41 m

Manga: 16,67 m

Calado: 5,54 m

Máx. Velocidad: 16 nudos

Mi padre embarcó en el carguero M/S Skogaland en 1960. Oficialmente, como ayudante. ¿De quién? De todo el que necesitara un ayudante. Oficialmente, porque quería ir a Suecia a conocer a Ingmar Bergman. ¿Realmente? Era el único modo de ver mundo, en aquella época, sin ser millonario.

El M/S Skogaland cubría una ruta abierta, es decir: transportaba mercancías allá donde se le encargase, recibiendo encargos, muchas veces, mientras ya estaba en plena navegación. Por lo tanto, no había un trayecto definido: dependía de los clientes y las fechas de entrega.

A veces, la mercancía que transportaba ponía al propio barco en peligro, como cuando alguien no estibó correctamente una flota de viejos camiones con destino a Buenos Aires, y en plena tormenta empezaron a rodar de una amura a otra. Otras veces, las más, la mercancía era tan impersonal como, para los marineros, irrelevante.

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El Skogaland acabó llevando a mi padre, finalmente, a Suecia. Y con sus mejores galas, acudió a los estudios de cine a conocer a Bergman… quien, por un rodaje, no se encontraba allí. Mi padre salió en los diarios suecos, porque no deja de ser una aventura bien linda embarcarse por amor al cine y llegarse hasta Gotemburgo. Y hay muchas, muchas anécdotas. Mi padre empezó a escribir un libro con ellas. Nunca lo acabó, y ahora obran en mi poder, una empresa que un día acometeré.

El M/S Skogaland acabó sus días en un desguace en Pakistán, tras haber sido vendido y revendido en numerosas ocasiones, bajo muchos nombres y banderas.

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TERCER BARCO: EUGENIO C

Tonelaje: 30.500

Eslora: 217,3 m

Manga: 29,3 m

Calado: 8,6 m

Máx. Velocidad: 27 nudos

En 1982 abandonamos Buenos Aires a bordo del SS Eugenio C, un hermoso transatlántico de estilizadas líneas botado en 1967 y que demostraba nuevamente dos verdades como un templo: que el diseño italiano es magnífico, y que los años 60 fueron una década prodigiosa en ingeniería. El Eugenio C cubría, curiosamente, la misma línea que había cubierto décadas atrás el Principessa Mafalda, es decir: Génova-Buenos Aires. Y si mi abuelo había embarcado en el Mafalda de Génova a Buenos Aires en busca de una vida mejor, ahora nosotros regresábamos al Viejo Continente por la misma razón. Por eso, y por una dictadura fascista en Argentina.

El viaje a bordo del Eugenio C duró también 14 días. Como eran días de infancia, a mi hermana y a mí se nos antoja en el recuerdo un mes, y un mes increíble, de diversión y fiestas y comida nueva y exótica y gente de todas las nacionalidades y acentos y lenguajes. En definitiva, una fiesta de dos semanas de duración.eugenioC002

Es obvio que, para mis padres, la fiesta vendría luego, intentando abrirse camino en un país nuevo y casi de cero. Pero en aquel momento yo navegaba por primera vez y todo era una aventura maravillosa, y no tengo sino recuerdos fenomenales de aquel viaje.

El Eugenio C sirvió durante muchas décadas más, bajo varios nombres y libreas, y acabó desmantelado en Alang, India, en 2005.

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taodelsurfing

Traductor. Escritor. Surfista cuando puedo. Loco por la literatura, el cine y el jazz.

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