Cine y amor no son dos palabras que casen bien. Tendemos a asociarlas, por efecto kulechov, con comedias románticas con Matthew McConaughey y Meg Ryan. Elevación a categoría de arte de la relación tóxica, del acosador y de la neurosis. Pero el cine es mucho más que eso. Y guarda tesoros de calado intelectual e incluso filosófico para quien sabe escarbar. Estas son algunas de las cosas que he aprendido del amor (el de verdad) gracias al cine.
Ladyhawke (R. Donner, 1985) – Se puede matar por amor.
En nuestra sociedad aséptica y perfectamente ordenada, cuando sucede el crimen por amor lo contemplamos con una mezcla de mórbida fascinación y repugnancia. Intentamos reducir el amor asesino a obsesión sexual; buscamos el perfil abusivo o tóxico. Pero lo cierto, nos guste o no, es que se puede matar por amor; es que se mata por amor; es que a veces no hay otra que matar por amor. Esto lo sabía Shakespeare desde esa maravillosa pareja de asesinos in love llamados Lord y Lady Macbeth, precedentes directos de parejas como Mickey y Mallory, como Marjorie y Lamont, como James y Alyssa, como los muy reales Charles y Caril Anne.
En Ladyhawke, Donner se carga de un plumazo toda la corrección política de los cuentos de hadas pero mantiene su esencia: sus protagonistas, Etienne e Isabeau. Condenados a la más cruel de las separaciones, logran romper la maldición gracias a un cura alcohólico y chivato arrepentido, a las mentiras y habilidades de un ladrón… y a un reguero de muertes que ha de llevar a Etienne a su justa venganza contra el obispo de Akkila.
Porco Rosso (H. Miyazaki, 1992) – El amor es algo complicado… y es libre, o no es.
La escena clave de la hermosa fábula de Miyazaki tiene lugar en el jardín privado de Gina, propietaria de la isla/casino a la que van todos los pilotos de la zona. Curtis, el americano, ha saltado el muro para pedir la mano a Gina, pero ella le responde que su corazón pertenece a otro. Se oye el inconfundible ruido de un motor Folgore y Gina sale al balconcito de la glorieta para ver el hidroavión, rojo como la sangre, de Marco Pagotto, su amor de infancia, su libérrimo amante platónico… convertido, por una maldición, en cerdo. “¡No puede ser! ¿Él?” exclama Curtis, incrédulo. “¿Por qué no?”, responde ella. “El amor es algo mucho más complicado que lo que se ve en las películas de tu país”, responde.
Y es cierto: la relación entera entre Gina y Marco es lo más puro y, a la vez, lo más doloroso de la historia, su núcleo y alma. Porque se puede amar recíprocamente y que el universo conspire para joderte; porque amar, aun con pureza, a veces no es suficiente. Porque el amor es complicado y difícil, pero es amor siempre que es libre, y si no es libre no es amor. Como el entrelazamiento cuántico, más o menos.
Before Midnight (R. Linklater, 2013) – Todo decae. El amor, también.
Debería haber incluido los nombres de las dos partes previas, Before Sunrise (1995) y Before Sunset (2004). Los debería haber incluido porque solo tras ver las dos primeras se comprende en su totalidad la amargura de la tercera película, la sórdida constatación por parte de Jesse y Celine, por parte del director, por toda mi generación, de lo que supone envejecer. Porque si el cine tiene a bien poner un fin al amor, éste suele ser violento e irracional, o bien triste pero heroico.
Creedme, si algo mata al amor es el tiempo. Si algo mata el deseo es la consumación. Nada es eterno, y quizás ni el amor lo sea. Lejos de hacerlo más hermoso, lo hace más doloroso. Porque la profundidad de la herida es proporcional a la intensidad de cuanto se ha amado.
Revolutionary Road (S. Mendes, 2008) – El amor es despiadado.
¿Recuerdas todos esos sueños de grandeza que tenías de joven? ¿Todos los proyectos nunca cumplidos; todas las pequeñas traiciones a tus principios; todas las veces que has ido cediendo a la presión? Pues eso es básicamente la vida para el común de los mortales.
También para tu pareja. Y ella lo ve en tus ojos; ella te compara con la misma mirada despiadada e implacable que te devuelve el espejo cada mañana. Pero no te preocupes demasiado: tú también la juzgas a ella con la misma dureza. Porque la vida no es sino la muerte de los sueños y aspiraciones para todos, y a veces la manera menos dolorosa de sobrellevarlo es cargarlo sobre los hombros del otro.
Closer (M. Nichols, 2004) – Somos todos unos hijos de puta.
Somos animales con cierto deje de racionalidad y pretensiones de eternidad. Suspiramos con historias que nos hagan temblar, pero vendemos nuestra vida por un orgasmo. No estamos nunca contentos con lo que tenemos, ni, las más de las veces, conformes con lo que queremos. Sobre todo, tratamos de disimular lo que somos. “Sabe a ti, pero más dulce”, dice en un momento Anna. En esas seis palabras se da la máxima concentración de maldad posible en una relación.
Entonces ¿es posible el amor entre animales de tal crueldad? Sí, cuando es el motor. Sí, cuando responde tanto al impulso moral como al biológico. Es más: uno está tentado de pensar que sin crueldad, de un modo u otro, es imposible el amor.
La vie d’Adèle (A. Kechiche, 2013) – Incluso en su ocaso, no hay nada tan bello como el amor.
Y cuando la crueldad ha pasado, cuando ha fluido suficiente agua bajo el puente. Cuando llega el temido momento del reencuentro, cuando hemos de vernos nuevamente cara a cara con la carga de lo vivido, de cuánto nos hemos amado, de cuánto daño nos hemos hecho, de los reproches, del placer, de las risas, de los silencios.
Cuando nos sentamos frente a frente y no sirve de nada intentar mentir. Cuando se hace la pregunta final: “¿Ya no me amas?”. Cuando la respuesta franca y sincera es: “No”. Y cuando tras la dureza, tras la laceración, se añade, porque es así, porque de nada sirve mentir: “Pero guardo una ternura infinita por ti. Y la guardaré durante el resto de mi vida”.
This is England 86, 88, 90 (S. Meadows) – El amor es perdón.
Viendo la filmografía entera de Shane Meadows uno se da cuenta de que no hace sino martillear una y otra vez en el mismo clavo, la misma idea: amar, crecer, fructificar, solo es posible a través del perdón. Del perdón a los ausentes, como el de Shawn a su padre muerto en la película; el perdón a uno mismo, como el de Lol, en This is England ‘88; el perdón a los demás, como el de Woody a Lol en This is England ‘90. Y como en toda la filmografía de Meadows, hay quien lo consigue y quien no: hay ganadores y perdedores, pero el juego es infinitamente más serio. Y pese a los esfuerzos de Woody, Milky no consigue perdonar ni perdonarse. That’s fucking life for you.