Me fascinan. Me parecen el elemento definitivo del arte lowbrow. Me parecen la culminación de la cultura pop, junto a Roy Lichtenstein, los Rolling Stones y las camisas Ben Sherman. Sencillamente me flipan con su aroma a otras épocas y lugares felices, antes de… bueno, de todo esto. Hablo de las jarras tiki. Pero no solo de las jarras. Hablo también de figuras de plástico, cabezones, libros, todo lo que se relacione directamente con este trozo feliz y desenfadado del tapiz de los 60.
El surrealismo pop, también denominado (primero despectivamente, y luego, mediante el adecuado proceso de reapropiación del término, de modo orgulloso) low-brow art, es decir, algo así como “arte de segunda”, es un fenómeno marginal de la cultura pop que nace a mediados del siglo pasado y se identifica claramente con un imaginario tan rebelde como situado en los flecos del sistema: los hot-rods, la cultura surf, los autocines, las películas de terror adolescentes y la paranoia OVNI de los primeros 50.
Funkos de las series Wacky Wobbler y Spastic Plastic.
En medio de este caldo de cultivo (contra)cultural nació la subcultura Tiki. Se trataba de bares a los que el estadounidense de clase media (una clase recién inaugurada) acudía a fantasear con un mundo polinesio/hawaiano idealizado, edulcorado, re-creado a base de deliciosos cócteles de ron y música jazz-lounge. En los mejores, a todo esto podías sumar un espectáculo Hula convenientemente desexualizado y buena comida al estilo hawaiano.
Y el máximo símbolo de estos lugares era la jarra de cerámica con temática vagamente polinesia en la que te servían tu alcohol. Eran las jarras Tiki, que imitaban los diversos ídolos o tótems de aquellas latitudes. Muy pronto las jarras devinieron una forma de arte por sí mismo, con una imaginería cada vez más llamativa y elaborada. La imagen definitiva de una época, de un lugar (de varios, como veremos); la epítome de la cultura pop.
De izqda. a dcha.: Bora Mug, de Dynasty; Tiki Mug marino obra de Amanda León (pieza única); Skull Jar, fabricante desconocido.
Digo de varias épocas y de varios lugares porque si bien es cierto que en EEUU (y hasta cierto punto en Reino Unido) la locura por los Tiki Bars tuvo su auge en los años 60, en España sucedió que cierto dictador mugroso y fascista espichó en 1975, y de repente los españoles comenzamos a celebrarlo con cócteles de ron en los Tiki-Bars que iban abriendo en las grandes ciudades. Hoy en día, las jarras Tiki españolas (especialmente las de Porcelanas Pavón) están buscadísimas y muy bien cotizadas en el mercado de coleccionismo. Pero mucho.
Mi atracción hacia los Tikis viene de algún tiempo ya. Lo que pasa es que toda una serie de traslados y una situación económica hasta hace poco precaria me impedían dedicarle una atención que no fuera ocasional. Y al final me he acostumbrado a eso. A que cuando aparece un Tiki bonito, de tanto en tanto, me lo permito. O si voy a tomar un buen Navy Grog, mi cóctel tiki favorito, y puedo, pues compro la taza. Entre eso y regalos de gente a la que quiero mucho (recuerdo perfectamente quién me ha regalado qué) he ido haciendo una colección chiquitita en la que, sin embargo, hay buenas piezas. Las que ilustran este artículo.
De izqda. a dcha.: Easter Islander (Dinasty); Polynesian Mug de Squid (Tiki Farm) y Headhunter de Dynasty.
Pero no he respondido a la pregunta. ¿Por qué los tikis? ¿Qué es lo que me fascina tanto de ellos? Bueno, supongo que lo mismo que con la música jamaicana de la época: me proporcionan un enorme buen rollo. Me evocan paz de espíritu, una vida relajada, cócteles y playas y despreocupación. La respuesta quizás sea: los tikis y el rocksteady me permiten vivir vicariamente una vida sin los problemas (y el frío) de la vida real. O sea, escapismo puro y duro.
O quizás todo esto son chorradas y los tikis me gustan sencillamente porque son bonitos, muy bonitos, y ya está. Que no todo han de ser teorías, oye.
De izqda. a dcha.: Jawa, de Geeki Tikis; Ku y Green Tiki, ambos de Dynasty.