Sucede a veces que te dejas, te olvidas de ti mismo y te asilvestras. Sucede cuando pasas demasiados días en casa, escribiendo o traduciendo o (peor aún) alternando ambas actividades hasta que no sabes ya qué es encargo y qué, producto de tu imaginación. A veces, incluso, acabas un trabajo ignorando cuánto tiempo llevas sin salir del estudio. ¿Qué día es hoy? ¿Jueves? ¿Viernes? ¿A qué hueles?
Sucede también cuando metes la tabla, el neopreno y el colchón viejo en la furgoneta, casi sin pensar en ello, como en un trance, sin dar noticia a nadie, y te lanzas a buscar olas, e invariablemente vuelves días después con el pelo ensortijado y lleno de salitre y la barba descuidada y áspera y las facultades cognitivas mermadas. Llevas el mar en la mirada, pero es una mirada torpe y miope y definitivamente idiota. Gruñes en lugar de hablar, y te parece que las palabras sobran, y que lo único lógico y natural es el ruido del mar rompiendo a tu espalda.
Unos días expuesto a ti mismo, sin la influencia civilizatoria de Aurora, te convierten en un ser descuidado y primitivo, un tanto animalesco: de repente te sobran zapatos y relojes; el teléfono móvil comienza molestarte cada vez más. Si nada lo impide, acabarás caminando descalzo todo el día y sin saber a qué momento del devenir temporal estás adscrito.
Nunca hasta ahora ha ido la cosa a mayores, porque siempre antes Aurora te ha tomado dulcemente de la mano y te ha conducido hasta el baño, y te corta el pelo y te afeita, y cuando te das cuenta de lo que ha pasado, de dónde estás, le preguntas:
– ¿Otra vez?
Y ella te responde, sonriendo: – Sí, otra vez. No te preocupes. Ya estás de vuelta.
Sabes que es cierto, que estás de regreso entre la gente que sabe hablar y huele bien y encuentra placer en una ducha caliente; y que volverás a ponerte tus polos y tejanos caros y tus hermosas botas y gafas de sol; que cuidarás primorosamente de tus uñas y usarás perfume. Sabes que volverás a escribir, más mal que bien, pero lo harás; que recuperarás el placer de la página en blanco y de este extraño tetris invocacional del lenguaje, y que volverás a gozar de Miles Davis y de Trane.
Cuando toda esta certeza te invade, también te reconforta, y buscas el pecho y el regazo de Aurora y durante un momento te quedas allí, aspirando el dulce barniz de ser una persona cosmopolita, un hijo de aquel Buenos Aires mítico enclavado en la Barcelona del exceso.
Lo que ella no sabe es que ya arde en tu interior la pequeña llama azul que con el tiempo será incendio, que pedirá nuevamente a gritos aventura y soledad.